viernes, 12 de diciembre de 2008

TOMAHAWK

¿Cómo puedes sonreír cuando se siente tan crudo? Las lecciones mal aprendidas duran toda la vida...

¡La importancia de las mentiras! Imagina que todos te dijeran la verdad: «amor, te he sido infiel. Pues sí, verás, tenía ganas de variar el menú y se me antojó una rubia que pillé hace unos meses» o «no hice mi parte del trabajo porque anoche la pasé de coca y licor». Lo sé, y tu también, sería desastroso, difícilmente lo soportaríamos, nos hace falta mentir, mentirnos a nosotros mismos, levantarnos cada mañana y pasar una nota mental con algo así como: «Soy todo un pillín... No hay mujer que me diga "no" (gracias a Dios y a los milenios de evolución recibiendo esta misma contestación, los hombres estamos ya dispuestos psicológicamente, por genética, a recibir un "no" como respuesta, lo cual nos evita bajonazos morales y facilita la vida. Ve a ver como reacciona una mujer con un "no" como respuesta a sus peticiones)». Entonces, ¿qué es lo que nos jode de las mentiras? ¡Hombre!, sencillo, que no sean buenas, que no sean creativas, que se destapen con facilidad. Hay situaciones en las que una mentira puede ser algo descabellada, no demasiado, y aún así no habrá quien te la refute, pero todos dudarán, como cuando llegas tarde al trabajo o a clase y dices: «Estaba en un trancón»; difícilmente alguien te dirá que es falso, pero todos lo dudarán, ¿por qué? Porque ellos usan o han pensado usar la misma puta mentira, y aquí es donde cabe ser creativos a la hora de mentir, eso además tiene su tufillo, por supuesto falaz, de sinceridad; un ejemplo para el caso, eso sí, actuando con total naturalidad: «Discúlpenme, la verdad se me hizo tarde porque dormí poco, la pasé toda la noche follando»... En fin, la verdad son idioteces, lo importante es que la mentira nos es necesaria para soportar aquello que no queremos en nosotros.

Lo verdaderamente ridículo es que nos mintamos para apartarnos de lo que queremos.