miércoles, 14 de mayo de 2008

PATRIA BOBA

Colombia ha sido descrita muchas veces como una mujer, y con toda la razón, como muchas de ellas por naturaleza se dejó llevar ciegamente del lado más vil de la vanidad, de modo que elaboró una fachada para cautivar y pavonearse con aquellos que la rodeaban, queriendo tener perpetuamente la atención de todos encima, hasta que los cansó, tanto que ninguno quiso volver a figurar públicamente como su «amigo», los únicos que la quieren son el par de conquistadores que, desde que ella comenzó a desarrollar sus encantos, la empalan día tras día pagándole con «favores» miserables. Así es Colombia, una de esas mujeres que en su tonta y aguda vanidad terminó por traicionarse a sí misma y a sus hijos para conseguir el favor del macho más atractivo en la fiesta, un macho que siempre la vio como un simple pedazo de carne, un bocado más que consumir.

¡Ah Colombia! Qué estólida y manipuladora has sido, a falta de buena educación aprendiste el arte de la mentira y el engaño, hoy eres maestra en ellos y das cátedra cada ocho horas en los noticieros, te engañas a ti misma permaneciendo encerrada en el baño frente al espejo, maquillándote para salir a la pista de baile y disimular lo fracasada que eres, porque sabes eso a perfección, naciste ya derrotada (más que tus hermanas siamesas) y te ha pesado toda la vida, ha sido tu verdugo interior; pero peor que él fue el no ser capaz de aceptar públicamente cómo eras para poder recibir ayuda adecuada, siempre te inclinaste por mantener las apariencias y alimentar tu espíritu de ellas, por eso hoy vas vacía hacia un árbol donde primero aprovecharás, como bien sabes hacer, su sombra, y luego sus ramas, que usarás como viga para colgarte y dar fin a tu afligida existencia. Contigo morirán tus hijos, y los que queden vivos no te llorarán, tus enamorados te maldecirán, los sátrapas que consentiste te olvidarán y aquellos que te gozaron como ramera serán tan cínicos que aún muerta te volverán a empalar pues a ellos jamás les ha avergonzado mostrarse como son, necrófilos, crápulas y amantes del vicio; pero como pocos, inteligentes y astutos... ¡Tanto tiempo ensalivando sus falos y nunca les aprendiste eso! Aun en la miseria que siempre viviste insistías tozuda y hasta burlonamente en regodearte en tu inopia y memeces.

BERNARDO BARRERA

jueves, 8 de mayo de 2008

BOGOTÁ CITY: FANTASMAS Y FLORES

Un revolver apuntándome a la cabeza es lo último que recuerdo, por eso no se aún si estoy vivo o muerto. Si estoy diciendo esto, lo más lógico sería decir que estoy vivo, pero cuando se pasa al frente de un espejo y no se ve el propio reflejo... Tal vez los muertos también hablan.

Se siente raro, no veo mi cuerpo pero sé que esta ahí, veo lo que hay a mí alrededor pero no como lo vería usted ¡que seguramente está vivo! Sino que me guía una especie de intuición, como a los ciegos. Ahora sabrá para usted como es que lo ve un ciego.

Al despertar, estaba tendido en una cama y sentí el inconfundible olor a hospital, ese nauseabundo mar de padecimiento a punto de despertar. Me levanté, caminé y abrí una puerta, al salir escuché voces pero durante mi trayecto hacia el exterior ninguna se dirigió a mi, esperaba que alguien me dijera – ¡oiga señor! ¿Que hace levantado? diríjase a su habitación y recuéstese-, nadie lo dijo, era como invisible. Sentí una agradable sensación al oír el ruido del caos citadino y al llenar mis pulmones con el olor de las flores de cementerio. Siempre me ha parecido extraña esa costumbre de regalar flores a los muertos, cuando alguien está enfermo o enamorado o enfermo de amor se regalan porque aquella persona que las recibe puede olerlas, tocarlas, verlas, ¿en cambio si se regalan a un muerto?

Sabía exactamente en donde estaba, pues en ese lugar de la ciudad las catacumbas son vecinas de las camillas. Es perfecto. No sabía a donde ir, no tengo familia ni amigos, así que decidí entrar al cementerio. Mientras caminaba iba tocando las lápidas en un intento por reconocer con el tacto el nombre de mi padre, el ser humano es individualista, egoísta por naturaleza, pues de todos esos nombres a cada quien sólo le importa el de la persona a la que conoció, los demás no interesan, las muertes de esos otros no significan nada.

Seguía buscando cuando una persona se me acercó, supe que era un anciano por el tono de su voz. Me sorprendió al entregarme un racimo de flores. Comprendí que las flores no se regalan a la persona sino a su alma. Me pareció extraño que me hubiera visto pero preferí no preguntárselo, podría parecerle muy extraño a alguien que le preguntasen si ve o no a la persona que tiene en frente. Me invitó a sentarme en una de las bancas para hablar un rato, me dijo que le parecía increíble que una persona en mi condición fuera sola a un sitio como ese. Le expliqué que no tenía a nadie a quien acudir, que los únicos afectos que recibía provenían de las tumbas y que era amigo de crápulas y ataúdes. -Tres metros bajo tierra viven mis amigos- dije. El hombre sonrió y dijo que para ser amigo de los muertos se necesitaba estar muerto también.

Duramos hablando durante un largo rato. Me contó la historia de su vida, sus fracasos sus alegrías, es invaluable la opinión de un anciano, los años se posan en sus viejas carnes tatuando una resistencia a esas mismas cosas que hoy me tienen aquí. Me di cuenta de que hasta ahora no había aprovechado mi vida. Luego me preguntó acerca de mí, se dio cuenta de mi estado de salud y me preguntó si había sufrido un accidente. Enseguida le conté mi historia: Era imposible centrar mi concentración en la lectura pues desde hace un tiempo venía deseando el fin de mi existencia y no podía fijar mis pensamientos en algo más que en la muerte misma, había planeado cada imagen y cada detalle del momento agonizante, imaginaba y repasaba la forma en la que transitaría hacia la infinita esfera de los olvidados, tenía la esperanza de que esa añorada maquinación con la que creía moriría sensatamente coincidiera con mi destino, pero ahora me sorprendía, la antesala de mi fallecimiento no era tan apacible ni mi nostalgia tan avasalladora como lo había fraguado, codiciaba vanamente el momento de ser ahogado en la armonía y la concordia con el mundo y trataba de sugestionarme para lograr el tan ansiado placebo, no estaba dispuesto a dejarme vencer, lucharía por ese último deseo, quería morir como lo había planeado. El esperado elixir de paz y desolación era reemplazado por un reflejo de fuerza brutal, un golpe estrambótico que despertaba mi existencia para acabarla más rápido, un arrebato de poder y euforia que acabaría en un éxtasis de violencia y luego, como un rayo que estremece al bosque azotado por el granizo, vendría la muerte.

No me gustaba tener que morir así, no quería sentir las fuerzas de nuevo en mi cuerpo ni en mi alma, tenía la esperanza de morir en la desesperanza, lentamente, imperturbable, no frenético, pero mientras más me resistía más me llenaba de rabia y más de energía, mientras más quería frenar más relinchaba el potro y era fugaz su correr pero no armonioso. Las pastillas no surtían su efecto y cada vez me desesperaba más, decidí dejarme vencer por aquel impulso de vigor, se me acabaron las fuerzas de la desesperanza y ahora me invadían las de la destrucción. El ruido de las cosas que azotaba con odio iracundo opacaban mis gritos y gemidos, y el llanto de mis ojos era como para el despellejado es un baño de limón. Ya no había marcha atrás y ya ningún pensamiento pasaba por mi mente, había sido poseído por el caos y por el ímpetu irascible de destrucción, de catástrofe, de holocausto.

Mi cuerpo ya no resistía más pero mi alma poseída no descansaría hasta llevarme al final. Aquella danza visceral duró mil años aunque el reloj marcara tan solo unos minutos y acabó cuando caí al piso, parecía el final de la ópera maldita... Tan solo me había desmayado.

La tormenta había cesado y el sol empezaba a insinuarse tímido por entre las montañas. Cuando las abejas picaban sus primeras flores y los colibríes volaban presumidos desperté, me parecía increíble seguir vivo. No voy a revelarle el motivo por el cual me quería suicidar, yo no era el “único” que deseaba mi muerte. Cuando desperté, lo primero que vi fue el revolver apuntando a mi rostro y la fuerza que no se halló en mis dedos para terminar de una vez con esto. El hombre sacó un pequeño espejo de su bolsillo y me lo entregó diciéndome que intentara verlo a través de el, su reflejo no apareció.

Al parecer estoy encerrado, camino en todas las direcciones y en ninguna hay salida, ni siquiera hay esquinas, estoy atrapado en un cuarto circular. Decido recorrer de nuevo la única pared para ver si encuentro algo, ésta vez me topo con una escalera, tal vez esta sea la escalera al cielo, la que me lleve al descanso eterno si estoy muerto, o tal vez sea una salida de aquel cuarto si estoy vivo.

ARGEMIRO MORENO